Hoy miércoles 8 de enero, al apoyar mis manos sobre el escritorio pude ver pequeñas cicatrices en mis dedos y me quedé mirándolas con detenimiento por unos momentos. Su forma, su color, sus imperfecciones.
Y así mismo a lo largo de nuestra vida, se nos hicieron cicatrices. No solamente en el cuerpo, sino también en la mente y en el alma.
Cada una de ellas forma parte de nuestra historia y lo importante no es olvidarlas, sino que realmente lleguen a ser sólo eso: cicatrices; y ya no heridas abiertas que nos sigan produciendo algún tipo de dolor.
Algunas heridas del cuerpo son tan grandes que necesitan una cirugía para poder cerrarlas y que se puedan convertir luego en cicatrices.
Así mismo ocurre con la mente, hay ciertas heridas que son más profundas y a menudo requieren de una ayuda psicológica profesional para poder cerrarlas.
Finalmente, cuando las heridas profundas se dan en el alma, requieren un proceso de sanación espiritual.
Esa sanación suele ser un proceso que incluye conocer más profundamente a Dios y su amor. Y, a partir de ese amor ir conociendo mi propia esencia para que Dios pueda dejarla reluciente.
Es fundamental que estas heridas puedan cerrarse para que podamos ser más felices, y en consecuencia, hacer más felices a todas las personas que se encuentren con nosotros.
Invitaciones para hoy:
- Mirar mi historia, mi vida, mi realidad e identificar en ellas mis cicatrices, así también, las heridas.
- Tomar la decisión de cerrar las heridas, sea donde sea que estén.
- Pedir a Dios que nos sane de forma íntegra. Que con su amor sane nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro espíritu; seguros de que Él tiene el poder para eso y muchísimo más.
Abrazo en Cristo,
Marco.
Marco.